viernes, junio 28

Ni superalimentos ni dietas milagro

La necesidad de creer que hay una solución fácil a los problemas de no llevar un régimen saludable es, junto a intereses comerciales, el origen de muchos de los mitos creados en torno a la nutrición 
En una época en la que hemos vuelto a la idea hipocrática de que todo alimento es a la vez una medicina y buscamos aquellos que nos ayuden a vivir más tiempo y mejor, es fácil atribuir cualidades ‘fabulosas’ a muchos de ellos, pero ni existen los superalimentos ni las dietas milagro.

«Cada vez comemos peor, por eso hay esta tendencia a creer que con un comodín queda todo solucionado. Es una salida cómoda. Pero los superalimentos no pueden suplir ni la dieta equilibrada ni la actividad física. Además es muy peligroso creer en ellos porque se descuidan entonces una serie de hábitos saludables más aburridos pero más efectivos, como por ejemplo tomar sobre todo frutas y verduras, no fumar… »
 

El porqué del efecto yo-yo  

Justo son esos milagros dietéticos los que originan los mitos más peligrosos para la salud, tal y como indica Raquel Bernacer, directora de Innovación Alimentaria de Unilever España. Y de entre ellos destacan las llamadas ‘dietas yo-yo’, que no solo repercuten negativamente en nuestro organismo, sino que además nos hacen creer que ciertos grupos de alimentos engordan y nos obligan a retirarlos de nuestro régimen, provocando que este ya no sea equilibrado.  

«La gente confía y sigue dietas como la Dukan o la Atkins, por poner dos ejemplos, porque en el fondo nadie quiere cambiar su estilo de vida. Se prefieren atajos. Pero de igual modo que comer con prisas no suele traer nada bueno adelgazar de esta manera tampoco», afirma el autor del libro.

 Dicen los expertos que lo que se ha engordado en tres años no se puede quitar en 15 días y que para adelgazar –que no perder peso– saludablemente se tendría que bajar lo engordado en el mismo tiempo que nos llevó coger esos kilos.
 

De hecho, el 90% de los seguidores de estos métodos rápidos de adelgazamiento al finalizarlos cogen más peso del que tenían al comenzarlos. Y las personas que llevan a sus espaldas varios regímenes de este tipo cada vez les cuesta menos ganar kilos y más perderlos.  

«Cuando dejas de comer, tu organismo no sabe si tú has dejado de hacerlo voluntariamente o si estás teniendo dificultades para conseguir alimento. Por eso al finalizar una dieta y comer de nuevo con normalidad el organismo reacciona activando sus depósitos de grasas para ahorrar y optimizar la supervivencia, en previsión de que te vuelvas a enfrentar a otro episodio de esas características», explica.  

Y es que lo que se come debe estar en consonancia con lo que se gasta, por eso no sirve fijar unas calorías iguales para todo el mundo y no hay que obsesionarse con fórmulas encorsetadas.  

Con todo, la industria es tan poderosa que es imposible no dejarse embaucar por estas promesas u otras como las de los quemagrasas, pero ni existen los alimentos de este tipo, ni está demostrado que la L-carnitina como suplemento alimenticio sirva para eliminar kilos ni las cremas reductoras pueden reducir cuatro centímetros de tripa en 40minutos: para ser verdad debería aumentar la temperatura corporal en varios cientos de grados y eso fundiría a la persona, según un modelo matemático desarrollado por el catedrático de Fisiología de la Universidad de Extremadura José Enrique Campillo. 

Sin base científica  

Aunque casi todos los mitos si nos paramos a pensar en ellos son absurdos, los hay de tal nivel que sorprende que tengan tantos seguidores. Sin ser tan descabellado como la dieta de los berberechos y el bíter (hay que estar tres días a base de ese molusco y esa bebida) destaca uno que muchos habrán escuchado desde pequeños en sus casas: la miga del pan engorda más que la corteza.  

«Pero es justo al contrario, ya que aunque ambas tienen lamisma composición, y por lo tanto las mismas calorías, la segunda tiene más agua y aire. Por eso, a igual peso la corteza engordará más por tener más calorías al haber perdido el agua en el proceso de tostado», matiza Bernacer.  

El problema es que muchos de estos mitos son fruto de la búsqueda de un «culpable barato» que nos exima de nuestra responsabilidad en el estilo de vida que llevamos, así el ‘eje del mal’ lo forman, injustamente, la leche, los huevos, la sal, el azúcar y, sobre todo, las grasas. Pero en su justa medida todos son necesarios para que nuestro cuerpo funcione bien.
 
«A las grasas muchas veces se las pinta como las malas de la película y sin embargo son indispensables, pero esto sucede porque es cierto que hay un exceso de grasas saturadas debido a que nos estamos alejando de la Dieta Mediterránea y nos estamos quedando con los hábitos de los antiguos bárbaros », señala el autor de ‘Comer o no comer’.

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Fuente: http://www.elcorreo.com/salud/vida-sana/20130618/mitos-alimentacion-verdad-nutricion-201306141953-rc.html