La explicación a este fenómeno podemos encontrarla en nuestro cerebro reptiliano, la parte más antigua de nuestro cerebro centrada en la supervivencia y el control de los instintos más primarios. Una de las funciones de este cerebro es desear comida hasta sentirnos totalmente saciados, en previsión de que la persona no va a comer de nuevo en mucho tiempo. Esto, que era útil en tiempos de nuestros antepasados prehistóricos, ha dejado de ser necesario hoy en día pero el cerebro sigue cumpliendo esa función.Además, ese cerebro es el encargado de prepararnos para las situaciones de lucha o huida y de segregar adrenalina, lo que provoca la sensación de ansiedad. Nuestro corazón se acelera, nuestra respiración se agita, nuestros músculos se ponen en tensión…
En resumen, ante una situación de ansiedad nuestro cuerpo se prepara como si tuviéramos que luchar contra alguna bestia o salir huyendo para salvar nuestra vida. Cuando esa situación de ansiedad pasa, el cuerpo reacciona como si hubiéramos realizado un gran esfuerzo físico, despertando nuestro apetito para que repongamos las calorías perdidas. Esta respuesta, totalmente equilibrada en tiempos antiguos, resulta exagerada en la actualidad. Si la ansiedad se despierta por tener que luchar o huir y se gasta energía que luego se repone, el cuerpo está en equilibrio. Si se desata por contestar unas llamadas de teléfono o aguantar una bronca de nuestro jefe, en realidad no habremos gastado la energía que luego consumimos para reducir la ansiedad, por lo que tenderemos a engordar.
Ingerir alimentos, además, despierta nuestro sistema parasimpático, que es el encargado de relajarnos y hacernos sentir plácidos y a gusto. Por ello, mucha gente encuentra que, llevándose cualquier cosa a la boca cuando está nervioso, se siente inmediatamente más tranquilo. Si asocia la ingesta de alimentos con esa relajación, utilizará la comida casi como un “tranquilizante natural”, aumentando cada vez más la frecuencia y cantidad de comida ingerida, lo que inevitablemente conllevará un aumento de peso.
La manera de evitar que la ansiedad nos obligue a comer es aprender nuevas respuestas para manejar esa ansiedad. Si te encuentras nervioso, no debes sentarte frente a la televisión con una bolsa de patatas o una caja de galletas de chocolate. Eso sólo empeorará tus problemas, ya que a tu ansiedad habitual se le pueden unir una baja autoestima o sentimientos de culpa y autocrítica negativa por tu exceso de peso.
Una de las estrategias que pueden aprenderse son las técnicas de respiración o relajación. Practicarlas a diario reducirá tu ansiedad y te proporcionará resultados mucho más beneficiosos que un atracón de golosinas. También puedes intentar encontrar las causas de esa ansiedad para poder combatirla, con la ayuda de un profesional si fuera necesario. La práctica de ejercicio también reduce la ansiedad, impide que comas ya que estás practicando otra actividad y, además, te ayudará a gastar calorías y activar tu organismo. Si tu exceso de peso no te permite realizar algunos ejercicios, prueba con un simple paseo
Fuente: http://www.guiaobesidad.com/ansiedad
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