Para hablar
de hambre emocional, antes conviene aclarar qué son las emociones.
Las emociones son respuestas psicofisiológicas a
estímulos internos o externos, con una influencia diferente en cada persona.
No existen emociones malas ni buenas, simplemente son el resultado de la interpretación
que hace cada persona de lo que está sucediendo en su interior o en el
exterior.
Por ejemplo, puedo sentir miedo por algo que es una
amenaza, esta emoción nos llevará a protegernos, un proceso a priori adaptativo.
La rabia nos informa de una injusticia y nos prepara para la acción, la alegría
nos acompaña cuando experimentamos una ganancia y nos invita a compartir.
Pero no siempre
nuestras emociones están acordes con la realidad de lo que está sucediendo, podemos
sentir emociones desmesuradas en proporción al estímulo que las provoca, por ejemplo,
un excedo de miedo, o podemos dar respuestas poco adaptativas a determinadas
emociones que nada tienen que ver con lo que realmente sentimos, y esto es lo
que ocurre con el hambre emocional.
La alimentación puede estar ligada a
nuestras emociones de diferentes maneras:
Desde que somos niños se establece una relación emocional con la alimentación, ya que en los
primeros meses y años de vida la fuente de nutrición principal procede de las
personas que nos cuidan. Así, cuando se recibe la comida que ofrecen estas
personas, se establece una relación de cuidado y protección con el
alimento. A medida que crecemos existen también otras fuentes de
influencia social donde la alimentación cobra un papel emocional, por ejemplo,
es habitual compartir alimentos en celebraciones de índole social (cumpleaños,
festividades etc.). También encontramos la función de los alimentos como “regalo”, para demostrar afecto o cariño
por ejemplo cuando alguien regala una caja de bombones o invita a otra persona
a cenar a un restaurante.
Hambre
emociones y cerebro
Algunos alimentos tienen substancias que activan
determinados circuitos neuronales que producen sensación de recompensa, placer
y bienestar. Un ejemplo de ello puede ser el chocolate, que contiene triptófano y feniletilamina.
Los sabores también tienen una función adaptativa, por
ejemplo, un sabor aversivo, nos ayuda a poder determinar cuándo un alimento se
encuentra en mal estado, pero también tiene influencia aquí el aprendizaje, por
ejemplo se puede asociar el dulce a un “premio” si se nos ofrece desde niños
con esa función, de esta forma se mantendrá en nuestra adultez esta asociación de
recompensa.
Por todo
ello, podemos decir que la alimentación emocional es
algo habitual, que forma parte de la cultura de los seres humanos y
no tiene por qué resultar negativo para las personas.
El problema
reside cuando la comida cobra una función principal en la gestión de las
emociones, canalizar siempre los estados emocionales que resultan difíciles de
gestionar a través de la ingesta de pastel, etc.. puede no resultar tan
positivo para el bienestar.
Hambre emocional y ansiedad por la comida
La ansiedad suele aparecer como un síntoma de que algo
peligroso puede suceder, se trata de una señal de alerta, de anticipación ante
la situación que hay que afrontar, teniendo una función adaptativa.
Pero en
ocasiones la ansiedad puede volverse “patológica” y experimentarse como
excesiva en relación a los recursos que poseemos para gestionarla. En estos
casos se experimenta una elevada sensación de malestar, incluso a nivel físico
(sudoración, alteración del ritmo cardiaco etc.). Frente a esto algunas
personas encuentran la “vía de escape” a través de la comida, llegando incluso a comer compulsivamente o a
desarrollar otras conductas alimentarias que resulten de riesgo para su salud.
Así la comida se convierte en un “parche” de la situación a corto plazo, para
deshacernos de esa sensación por unos momentos, pero que conlleva
complicaciones a medio y largo plazo.
¿Cómo superar el
hambre emocional?
Cuando el hambre emocional se ha vuelto “patológica” y
conlleva conductas disfuncionales como la ansiedad por comer, el comer
compulsivamente, atracones etc. es momento de plantearse:
·
Lo primero es ser consciente que la comida no es el problema, sino que es la “tapadera”.
¿Qué estamos tapando con la comida?
·
Atender a las sensaciones corporales para
diferenciar el hambre física del emocional; en este sentido practicar alimentación consciente puede ser una herramienta.
·
Aprender a diferencial el hambre física de la
emocional:
El hambre física:
- Se activa por una necesidad fisiológica y se siente
en el estómago.
- Aparece poco a poco.
- Una vez ingerida comida suficiente se sienten las
sensaciones de saciedad, etc..
El hambre emocional:
- Se activa por un estímulo interno o externo que
produce determinada emoción en la persona.
- Aparece repentinamente, incluso después de sentirnos
ya saciados.
- Cuesta distinguir las sensaciones de saciedad una
vez ingeridos los alimentos.
- Pueden ser experimentadas sensaciones en otras
partes del cuerpo, etc.
Una vez identificada esta hambre emocional, es
fundamental poder trabajar en la gestión emocional, para aprender a
canalizarlas de una forma mas saludable.
Fuente: https://www.centrojuliafarre.es/blog/hambre-emocional